top of page

“Descubrí que no soy mis roles… soy mucho más”

El viaje de soltar las máscaras y recordar mi verdad



Durante mucho tiempo, sin darme cuenta, me convertí en muchas. Fui la hija buena, la madre perfecta, la profesionista competente, la amiga que siempre escucha, la mujer fuerte, valiente, inteligente. Fui tantas, y todas con tanto esfuerzo, que se me olvidó cómo era simplemente ser.


Llevaba puestas esas máscaras como armaduras. No eran falsas, no eran mentira; eran formas que mi alma encontró para protegerse, para pertenecer, para sobrevivir. Me funcionaron. Me dieron estructura, identidad, reconocimiento. Me sostuvieron cuando no sabía cómo sostenerme sola. Pero con el tiempo, comenzaron a pesar.


En el proceso terapéutico —sobre todo desde la mirada gestáltica— comencé a darme cuenta de que esas máscaras no eran yo. Que eran personajes, partes adaptativas, pero no mi esencia. Que en el intento de ser todo eso, me había alejado de lo que verdaderamente soy.


Recuerdo una pregunta que me hicieron en sesión:

¿Quién eres si no eres mamá, si no eres terapeuta, si no eres la mujer fuerte que todo lo puede?

Y me quedé en silencio. No supe qué responder. Fue ahí donde comenzó mi transformación.



Duele desarmarse, pero sana


“Me abrazo en todas mis versiones. Honro las máscaras que me protegieron, y agradezco el valor de quitármelas. Hoy, me elijo a mí.”
“Me abrazo en todas mis versiones. Honro las máscaras que me protegieron, y agradezco el valor de quitármelas. Hoy, me elijo a mí.”






Soltar las máscaras no ha sido un camino lineal. Ha dolido mirar cuántas veces me adapté para no ser rechazada, para no ser abandonada, para no sentirme vulnerable. Me vi siendo la hija que nunca se queja, la mujer que siempre resuelve, la terapeuta que nunca se rompe. Y debajo de todo eso… había una yo que pedía ser vista. Que no quería ser perfecta, sino real.


He llorado mucho. Lágrimas profundas, a veces silenciosas, a veces con gritos ahogados. Lágrimas que no eran solo de tristeza, sino de rendición. De soltar el peso de sostenerlo todo. De reconocer cuánto me había exigido para encajar, para ser amada, para sentirme suficiente.

Y en medio de ese llanto, ha habido momentos de una ternura tan inmensa que me han hecho detenerme y simplemente abrazarme. He sentido compasión por esa niña que aprendió a adaptarse desde muy pequeña, por esa mujer que creyó que debía ser fuerte siempre, por todas las veces que me negué a mí misma para que otros no me rechazaran.


No ha sido fácil. Ni rápido. Ni cómodo. Y todavía sigo en ello.


Porque este camino no se “logra”, se transita. Cada día sigo descubriendo una nueva capa, un nuevo impulso de exigencia, una nueva máscara sutil que vuelve a aparecer. Pero ahora lo veo. Y ese ver, ese darme cuenta, es lo que me ha transformado.



Hoy, cuando intento definirme, no lo hago desde los roles. Ya no me digo “soy mamá”, “soy terapeuta”, “soy fuerte”. Porque soy más que eso. Soy una mujer en constante transformación. Soy alguien que está recordando cómo habitar su cuerpo, su voz, su ternura. Soy presencia, no personaje.


La terapia me ha dado un espacio para mirarme sin juicio. Para tocar con honestidad cada una de mis capas. Y en ese viaje hacia el centro, he descubierto que lo más valioso que puedo ofrecer al mundo es mi autenticidad. Sin perfección. Sin máscara. Con todo lo que soy.

Comments


bottom of page